Wes Anderson regresa a la animación en stop motion en Isla de Perros, como ya hiciera en Fantastic Mr Fox, y entrega otra joya que es una fábula y a la vez su película más política. Mientras que todas sus obras anteriores se desarrollan en un mundo paralelo en el que lo social apenas se intuye, aquí adquiere todo el protagonismo. Su película es, de una forma clara y evidente, un cuento anti Trump sobre un futuro en el que los perros, por una sobrepoblación, son expulsados de Japón por culpa de un presidente racista que sólo mira por su beneficio y que actúa con formas mafiosas.
Para Isla de Perros han hecho falta más de 130.000 fotogramas, 1.000 marionetas, y meses y meses de producción, todo cuidado al milímetro para que en la animación no se perdiera toda la estética tan personal de un realizador que cree que esta vez “hemos llevado el stop motion no solo en las criaturas sino también en cuanto a la cantidad de escenarios y decorados diferentes. Gracias a Fantastic Mr. Fox, aprendimos mucho sobre esta técnica y todo eso nos permitió ir un paso más allá”, afirmó Anderson en su vista a Madrid para presentar el filme.